viernes, 26 de abril de 2013

Emigrar no es la solución

Hace unas cuantas entradas ya dejé caer que los acontecimientos ocurridos han cambiado notablemente mis puntos de vista sobre determinados asuntos. Con la perspectiva que dan el tiempo y las experiencias vividas, ya no creo que emigrar sea la mejor solución de futuro, ni la decisión más valiente. Y haber fallado en mi intento no es el motivo para cambiar de idea, hubiese llegado a la misma conclusión antes o después. El fracaso solo me ha abierto los ojos más deprisa.
"Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo."
- Albert Einstein -


En el pasado, los nuestros han salido de España en momentos en que estaba más que justificado. Era una obligación si no querías morirte de hambre. Pero creo que la emigración de hoy en día es muy diferente. La sociedad actual es cada vez más egoísta y ambiciosa. No nos conformamos con nada, todo lo que tenemos es poco, siempre queremos más y lo queremos cuanto antes. Por eso nos vamos buscando reconocimiento, prestigio, plan de carrera, ganar más dinero... con la justificación de que en nuestro país no hay nada decente.

Por supuesto, no solo es legítimo sino comprensible también. Lo que yo me pregunto es, ¿qué pasaría si todo ese talento exportado lo aprovechásemos nosotros mismos? ¿Habéis pensado en el futuro que tiene un país como España, en el que más de la mitad de los jóvenes no tiene trabajo y el resto decide largarse? La respuesta es obvia: ninguno.

Los que hemos optado por irnos hemos oído a menudo cosas del tipo: "¡qué huevos tienes!" o "¡hay que tenerlos cuadrados!".

No estoy de acuerdo.

Valiente es el que se queda en su pueblo peleando día tras día para sacar adelante un pequeño negocio, con más pena que gloria, acuciado por la crisis y pisoteado por la dictadura infame de un sistema financiero que goza del mecenazgo político. Yo creo que lo más fácil en una situación como esta es abandonar el barco, no quedarse.

Sin embargo, si cuando vienen mal dadas nos marchamos a las primeras de cambio, nos estamos haciendo un flaco favor a la larga. Si todo nuestro talento se pone al servicio de otros, serán siempre otros los que se beneficien, mientras que nuestro país seguirá sumiéndose en su propia inmundicia. Así jamás tendremos la opción de cambiar nuestra realidad, no llegará el día en que tengamos alternativas decentes para quedarnos en vez de emigrar. No basta con protestar y pedir un país digno al que regresar. Si es eso lo que queremos de verdad, tenemos que luchar por ello, no largarnos dejando el camino expedito a los gusanos que lo destruyen.

ESE CAMBIO DEBEMOS HACERLO NOSOTROS. Nadie más lo hará. En lugar de salir corriendo a trabajar para empresas foráneas que nos saquen de un país sin futuro, tenemos que luchar por un futuro en nuestro país. Necesitamos crear valor añadido, atrevernos a hacer cosas que aporten riqueza a largo plazo, que sean soluciones de futuro y no parches temporales, no agarrarnos a la primera anodina oposición que aparezca solo movidos por el afán de lograr una plaza de por vida, apartarnos de actividades especulativas y facilonas que solo llenan los bolsillos ya rebosantes de unos pocos, renunciar a ser un simple país de bares, turismo y servicios... Toda esa mierda ha demostrado ser pan para hoy y hambre para mañana. Puede que a ti te resuelvan la vida por un periodo de tiempo, pero tus hijos volverán a verse obligados a emigrar y a alejarse de sus raíces.

Conocimiento y esfuerzo. Ese es el único camino.

El que aún no haya abierto los ojos que le eche un vistazo a los datos de desempleo. Las zonas de turismo y ladrillo rondan o superan con creces el 30% de paro, en contraposición a las que viven de industria y tecnología. Hace tiempo que el País Vasco es el ejemplo más evidente de esto, un modelo a seguir para toda España con su tejido industrial y su dedicación al I+D.

Para revertir la situación debemos, en primer lugar, formarnos. Formarnos muy bien, desde muy pronto, como hacen en los países avanzados. Y sí, parte de esa formación debería hacerse en el extranjero durante un tiempo. Todos deberíamos hacerlo a modo de aprendizaje, para abrir nuestra mente y adquirir nuevas ideas. Pero solo temporalmente. Tendríamos que absorber lo mejor de esos sitios y luego volver para aplicarlo en nuestros lugares de origen. Eso nos haría crecer. El problema es que ahora lo hacemos justo al contrario. Trasladamos todo nuestro potencial al extranjero, donde son otros quienes lo aprovechan. Así se retroalimenta este círculo vicioso. 

Luego, una vez formados (aunque ese debe ser un proceso sin fin), debemos poner en práctica lo que sabemos. Pero no solamente dando lo mejor de uno mismo para terceros, sino también creando recursos por cuenta propia. Debemos cooperar, asociarnos y complementarnos para sacar adelante proyectos que rompan esta tendencia y generen valor. Así convertiríamos el círculo en virtuoso.

Es evidente que la paupérrima legislación existente no ayuda nada, pero creo que nos falta iniciativa y cultura de emprendimiento. La tendencia ha ido cambiando en los últimos años (más por necesidad que por convicción) pero, en general, cuando el empleo escasea cerca nos vamos lejos a buscarlo. Preferimos desplazarnos para seguir trabajando por cuenta ajena que quedarnos e intentar levantar algo propio. Nos resulta más cómodo trabajar para otros y que sean ellos los que se rompan la cabeza. Pensamos incluso que es una opción "más segura" que arriesgarse a montar un negocio, aunque no siempre es así.

No pretendo ir de listillo, yo soy tan culpable como el que más. Pero, una vez abiertos los ojos, no voy a resignarme sin pelear. Y cada uno pelea como puede. Las movilizaciones son una manera de hacerlo, pero hay otras que pueden ser efectivas, aun siendo más silenciosas. Por eso espero volver tan pronto me sea posible y poner mi granito de arena para cambiar la situación actual. Puede que acierte o puede que no, pero estaré infinitamente más orgulloso y satisfecho de lo poco o mucho que haga, porque lo estaré haciendo con los míos y para los míos. Y eso para mí vale más que el dinero y el plan de carrera.
"En la vida hay algo peor que el fracaso: el no haber intentado nada."
- Franklin D. Roosevelt -

viernes, 19 de abril de 2013

Semana a la alemana

Desde que vivo en Alemania, muchas han sido las cosas que me han chocado enormemente, circunstancia normal cuando uno se va a otro país. En algunos casos, ese choque cultural resulta más sencillo de encajar y en otros más complejo. Unas veces hace gracia y otras cabrea. Pueden ser cosas sorprendentes o más o menos esperadas. Reconozco también que hay temas en los que soy más alemán que español (ya lo era antes de venir, no me han colonizado). En todo caso, son cuestiones que suelen dar lugar a numerosas anécdotas y no pocas desesperaciones. Por eso, creo que vale la pena dedicar alguna que otra entrada a los aspectos que hacen a los alemanes tan alemanes a ojos de un español. Como prometí hace unos días, hoy hablaré de su obsesión con la hora y sus hábitos semanales.


Para empezar hay que recordar nuestras grandes diferencias en tema de horarios. Debemos reconocer que, en eso, somos nosotros los que llevamos el paso cambiado con respecto a Europa. Aquí se come a las 12:00 (en algunos sitios incluso a las 11:30). Y las 12:00 son las 12:00, no las 12:01. En las empresas, cuando llega la hora en punto, se dirigen cual estampida de búfalos hacia la cantina. Si no te apartas te llevan por delante. Deben pensar que la comida no llega para todos...

La cena de diario, por lo que veo a mi alrededor, suelen despacharla en torno a las 19:00 (media hora arriba, media hora abajo). Y resulta improbable encontrarlos despiertos más allá de las 21:30 o 22:00.

El tiempo juega constantemente un papel primordial. Toda tarea está medida al milisegundo, haciendo del reloj un instrumento básico para la vida cotidiana. En este sentido, llaman la atención los horarios comerciales. En España, los establecimientos tienen UN horario de apertura válido para todos los días de la semana. En Alemania, en cambio, tienen un horario para cada día, cuyo eventual parecido es pura coincidencia. Por tanto, si quieres ir a un sitio determinado, debes tener muy presente la hora y el día de la semana que es, o te lo puedes encontrar cerrado aun en las horas centrales.

Es obvio que hay ocasiones en las que se tiene prisa, pero aquí todo el mundo va siempre a tope. ¿Cómo es posible tener prisa SIEMPRE? No importa cómo se desplacen. Ya sea en coche, en bici o andando, siempre lo hacen a toda pastilla. Es un ritmo de vida que desgasta una barbaridad. Yo prefiero vivir más pausado. Si no tengo necesidad de correr, pues no corro.

Una curiosidad es que, nada más subirse al coche, programan siempre la ruta en el GPS, aunque vayan a 5 km y conozcan de sobra el trayecto. Explicación: primero, que les encanta jugar con sus cachivaches tecnológicos; segundo, que podría existir un atasco de proporciones bíblicas (pan de cada día por estos lares) y tratan de esquivarlo con ayuda del aparato; tercero, por el placer de contar a todos cómo se ahorran 15 segundos de trayecto gracias a los sofisticados algoritmos de cálculo en tiempo real que incorpora su flamante GPS.

En cuanto al modo de estructurar la semana, la vida de lunes a viernes se resume fácilmente: solo trabajan. Se levantan lo más temprano posible para poder terminar la jornada también prontito, salen y se van a casa directos (lo que a menudo supone más de una hora de viaje), cenan cuando nosotros merendamos y se acuestan cuando nosotros cenamos. Así todos los días sin variación. Quedar con alguien, tomar unas cañas... esos conceptos no existen. En poblaciones pequeñas, y especialmente en invierno (que aquí dura mucho más de tres meses), no hay un alma en las calles al anochecer (o sea, poco después de las 16:00). En las ciudades se sigue detectando vida basada en el carbono hasta más tarde. Eso sí, nadie está dándose una vuelta o paseando por el simple placer de hacerlo. Todos van de camino a alguna parte. Solo ciudades con una tradición más universitaria y cosmopolita rompen esa disciplina.

El sábado es el día de las tareas domésticas. Todo el mundo hace la compra semanal ese día por la mañana (mañana: dícese del lapso de tiempo que concluye a las 12:00 del mediodía, por eso se llama a este mediodía). Se aseguran de no necesitar otra compra imprevista antes del próximo sábado cargando sus coches con cajas (literalmente) de víveres. Limpian a fondo sus casas y rinden culto a sus coches. Este último es un ritual que tiene lugar en la puerta de casa e incluye el lavado (y posterior secado) manual de cada centímetro de vehículo con el mayor de los mimos, empleando una amplísima gama de productos para el cuidado de los mismos.

Domingo: ¡por fin un tiempo de asueto! El disfrute consiste básicamente en salir a pasear con la familia al completo. Las alternativas, en función del azote del tiempo, pueden ser: paseo por parques y caminos cercanos o excursión al monte u otro lugar de esparcimiento en la naturaleza. Ambas opciones cuentan con variante a pie y en bicicleta. Otra actividad propia del domingo son las aficiones personales de cada uno. Deportes, aeromodelismo o montar a caballo son algunas frecuentes en mi zona. Los que no hacen negocio aquí son los bares, desde luego. Esta gente es de exterior, no de apoltronarse en cafeterías. Por eso hay menos en toda Alemania de las que hay en tan solo una ciudad española cualquiera.

¡Ah! Si hace buen día (o sea, un par de veces cada verano...), la barbacoa en el jardín también está asegurada los domingos.

Bueno, otro día contaré más historias sobre choque de culturas.

viernes, 12 de abril de 2013

Mi visión de Alemania

Todo lo que tiene que ver con Alemania está de moda, algo que probablemente debemos agradecer a la actual situación financiera. Será por eso que la literatura dedicada a su "obra y milagros" se ha incrementado exponencialmente en los últimos años. Si antes era habitual recurrir a tópicos sin conocer demasiado el asunto, ahora es fácil encontrar impresiones de gente que lo padece vive en sus carnes. Es muy interesante leer esas experiencias pues, a pesar de ser personales, poseen puntos en común que ayudan a comprender el verdadero carácter del país.

Todo el que se precia de escribir un blog con esta temática suele ir contando sus impresiones generales sobre la nación que le acoge y sus gentes. Yo no voy a ser menos. A las diversas pinceladas que ya he ido dejando añadiré hoy otra batería de cosas, algunas de las cuales equilibran un poquito la balanza tras la entrada anterior.



Una de las principales características de la sociedad alemana es su rigidez a todos los niveles. Se rigen por férreas normas y costumbres de las cuales difícilmente se apartan. Es muy inusual que un alemán se salga del guion, para bien o para mal. Puede decirse que el prejuicio de cuadriculados está más que justificado. Un ejemplo es su obsesión con la hora y la estructura de sus hábitos semanales, que describiré próximamente. Por supuesto que a veces se divierten, cantan y bailan, pero eso también forma parte del guion. Lo hacen solo cuando toca. El resto del tiempo son más secos que la mojama.

Esta rigidez afecta de pleno a las relaciones humanas. Entablar contacto con la gente es una empresa complicada y el trato se restringe a lo imprescindible. Los escasos diálogos suceden generalmente con educación, eso es cierto. Nunca faltan los buenos días, gracias y por favor, pero arrancar algo más puede considerarse un milagro. Puedes vivir meses o años junto a los mismos vecinos, que ellos seguirán tratándote de usted y dándote nada más que los buenos días. Dudo que lo hagan por mal, simplemente no tienen la espontaneidad y calidez propias del carácter latino.

Pienso que lo anterior también tiene mucho que ver con el individualismo y la autosuficiencia, dos rasgos muy característicos de esta cultura. Por lo general, a nadie le interesa la vida de los otros y son, a su vez, celosos de su vida privada. Por eso es difícil que se produzcan conversaciones personales más profundas.

Pero el concepto de autosuficiencia va más allá. Existe una actitud muy arraigada de resolverse uno mismo sus propios problemas, sin recurrir a nadie, hasta el punto de que ofrecer ayuda pueda resultar hasta ofensivo en ocasiones. Por regla general, nadie se molesta en echarte una mano con tus problemas, por lo que no conviene esperar ayuda a priori. Hay que arreglárselas solo.

Todos los factores hasta aquí mencionados hacen de este un país tremendamente inhospitalario. Nada ni nadie facilita la integración al forastero. Al contrario (he sufrido ejemplos de ello). Te sientes constantemente un extraño fuera de lugar allá por donde vayas.

Como iba diciendo, nadie se mete en tu vida... salvo si se te ocurre cometer alguna infracción. Eso siempre les incumbe. Podrías dejar tu coche abierto y con las llaves puestas en pleno centro y probablemente seguiría allí dos horas después. Ahora, apárcalo por error en un lugar inapropiado y antes de bajarte de él recibirás la severa reprimenda del primer transeúnte que pase. Los alemanes viven con el deseo irrefrenable de hacer cumplir las normas, ¡no desaprovechan la ocasión de reprochar al que no lo hace! Faltar a ese código los convierte en verdaderos proscritos rechazados por sus congéneres. Sin entrar en que sean más o menos cívicos, la clave es que tienen mucho más miedo a las consecuencias. Aquí las autoridades no tienen remilgos con los delincuentes, por eso no se mea fuera del tiesto tan fácilmente.

Además, esta costumbre casa a la perfección con otra de sus grandes aficiones: discutirlo y protestarlo todo. Cualquier tema, por nimio que sea, es susceptible de generar controversias y acalorados debates en los que nadie da nunca su brazo a torcer.

Una de las partes más negativas para mí (aparte del clima, ya comentado) es la comida, cuya calidad deja bastante que desear en comparación con la excelente gastronomía española. Admito que hay carne aceptable, pero el pescado... es horrible, carísimo y rara vez fresco. Esto remueve los cimientos de la pirámide alimenticia para alguien como yo, tan "pescadívoro" como carnívoro. Los platos típicos regionales me gustan, no lo niego, pero la variedad del menú es muy reducida si has de comer fuera de casa. Prácticamente, de cada tres comidas, una es Schnitzel (filete empanado), otra es salchicha y la tercera, la especialidad de la zona (que a veces es Schnitzel o salchicha). Ya digo que me gusta, pero acaba saliéndote por las orejas de tanto repetir lo mismo, sinceramente.

Hay que decir que aquí no se disfruta del momento de la comida como en España, al menos entre semana. No existe ese componente social en la mesa. Los que optan por el menú de la cantina comen a una velocidad endiablada, más bien engullen como fieras famélicas. Otros se llevan al trabajo cualquier cosa sencilla que para nosotros no tendría rango de comida, como un sándwich o una pequeña ensalada. Buscan solo un tentempié que puedan despachar deprisa y los mantenga con vida. En la empresa yo terminaba siempre de último, bajo sus miradas de desesperación por la espera. La comida es uno de los momentos del día en que yo desconecto. Odio que me lo amarguen, así que al final opté por comer solo siempre que podía. Me gusta disfrutar de la comida con pausa y, por supuesto, ¡sin discusiones de trabajo! 
 
Entre los mitos que se me han desplomado está el de las carreteras. Gran parte de las autopistas alemanas son mucho peores que las españolas. A pesar de estar en obras perpetuamente, uno se pregunta cómo es posible que tengan un firme tan desastroso. ¿Es esta la famosa y mundialmente admirada Autobahn? ¡Pues vaya! Vale que la endemoniada densidad de tráfico que soportan a diario debe causar estragos, y que aquí ya tenían autopistas cuando nosotros usábamos carros tirados por vacas. Pero aún así, pienso que deberían estar mucho mejor, sobre todo teniendo en cuenta las altas velocidades a las que está permitido circular por ellas. 

Y eso de que son gratis... en fin, las financian nuestros astronómicos impuestos. Que digo yo, pagando esos impuestos, es lógico tener servicios, ¿no? Lo ilógico sería no tenerlos.  Es que me hace gracia cuando se alaban ciertos servicios de aquí. No hay nada que alabar. Mérito sería tenerlos sin pagar esos impuestos, ¡qué coño! Como se dice en román paladino: con buena picha, bien se jode. 

Por cierto, le pese a quien le pese, afirmo rotundamente que los alemanes conducen como el culo. No importa cuántos carriles tengan disponibles, ellos conducirán siempre por el situado más a la izquierda. Los demás permanecen impolutos para uso exclusivo de camiones (cuando no les da por adelantar también) y quizá para algún extranjero sin prisa, harto de verse sometido a una presión agobiante cada vez que trata de hacer una incursión en el carril de la izquierda. 
 
No obstante, lo que sí es una gozada es tener media Europa a tiro de piedra. En pocas horas de coche te pones en infinidad de sitios interesantes.
 
Para ir acabando, algo que yo no esperaba es que fuese una sociedad tan clasista. Entre otras cosas, padecen de una "titulitis" galopante. Deben pensar que, habiendo invertido tantos años y dinero en sus estudios, es obligado mostrárselo al mundo. Quizá por eso anteponen todos los títulos posibles a su nombre, lo cual desemboca en una simpática ristra de abreviaturas de todas las hazañas académicas del individuo en cuestión. Y no es raro que además se hagan llamar por sus títulos. Resulta muy gracioso ver por ahí escritas retahílas del tipo: 
 
Herr Prof. Dr. rer. nat. habil. Fulano de Tal
 
En esta misma línea, fueron también inesperadas las numerosas connotaciones machistas que existen. Por ejemplo, un sistema impositivo diseñado para que la mujer se quede en casa en vez de trabajar fuera (lo contrario no compensa económicamente). Pero bueno, estos asuntos ya los cuenta mamaenalemania magistralmente.

jueves, 4 de abril de 2013

Por qué España nunca será como Alemania

Llevo ya unas cuantas entradas y no me he mostrado demasiado beligerante todavía. Con tanta estupidez que nos rodea (basta ver un informativo) ya me va pidiendo el cuerpo despacharme a gusto, así que voy a ponerle remedio.

Veréis, en medio de la que está cayendo, políticos y oportunistas (valga la redundancia) nos venden a diario las bondades del modelo tal o la reforma cual, que inminentemente va a ser implantada en nuestro país. Gran parte de esas medidas tratan de copiar las existentes en Alemania, actual ejemplo a seguir para todo, por lo visto. En el cénit del paroxismo, ha llegado alguno de estos especuladores iluminados a decir que España será la próxima Alemania.

Yo no entiendo de macroeconomía (ni quiero), no sé lo que pueden o no conseguir las reformas pero, conociendo ambos países, sé que eso no ocurrirá jamás. Al margen de lo buenas o malas que puedan ser las medidas, se olvidan de algo más importante que todo eso: se necesita mucho más que decisiones políticas para cambiar la manera de ser de un pueblo. Y es que, como conjunto, en España somos un atajo de gilipollas.

Esta no es una generalización gratuita. Voy a explicar por qué.

Entre cualquier grupo de gente seleccionado al azar existirán siempre individuos de todo tipo y pelaje: más listos, más tontos, más guapos, más feos, más educados, más groseros... Naturalmente, muchas personas en España se distinguen (para bien) de la multitud.

Sin embargo, sostengo que la personalidad de un grupo se define por sus cualidades colectivas, no por sus individualidades. Es lo mismo que ocurre en un equipo; la suma total no coincide con la suma de los individuos. Y la grandeza de un buen equipo está en lograr que esa suma global sea superior a lo que sumarían sus integrantes por separado. 

Justo ahí radica el quid de la cuestión.

Nosotros no seremos como Alemania porque no tenemos su cultura, ni su mentalidad ni su idiosincrasia. Nos "educamos" desde pequeños para salir adelante con el mínimo esfuerzo y sin complicarnos. Es un héroe aquel capaz de vivir a cuerpo de rey sin pegar un palo al agua en toda su vida. Robos, estafas, contubernios, desfalcos... Los pelotazos más variopintos se suceden impunemente en todos los ámbitos y estratos sociales.

Se dice que la clase política está podrida porque los casos de corrupción se multiplican. Pero no es la clase política la que apesta, sino toda la sociedad. Los políticos no son más que una muestra representativa de ella. No son más corruptos que los demás, solo tienen más oportunidades de robar. En nuestro país, el que no roba es porque no puede, y cada cual roba en la medida de sus posibilidades. Si lo único que podemos llevarnos son folios y bolígrafos de la empresa, pues lo hacemos. Pero el que tiene acceso a algo más valioso, se lo lleva también.

No paramos de criticar a los corruptos pero, ¿hacemos algo al respecto? Si tanto nos repulsa, ¿cómo es que siguen siempre dirigiéndonos los mismos sinvergüenzas? Repito, algunos individuos sí tratan de cambiar las cosas, pero es el conjunto el que nos define. ¿O acaso no es la mayoría la que decide?

Consentimos cosas que jamás se consentirían en otros lugares, y eso nos hace cómplices. Por eso, cada uno está donde se merece como grupo. Alemania, España o cualquier otro. La explicación está en la inteligencia colectiva.

No tenemos respeto por nada ni por nadie. Todo se destroza, ya sea público o privado, en montes, playas o ciudades, sin temor a que ninguna autoridad pueda impedirlo. Y ninguno de nuestros mediocres políticos se atreverá jamás a tomar el toro por los cuernos e imponer orden. Se arriesgarían a perder un puñado de votos con ello, pues nos rasgamos las vestiduras inmediatamente con gran hipocresía si alguien se sale del guion. Que va. Preferimos que hagan lo que más nos gusta: mostrar su gran "corrección política" mediante mamarrachadas del tipo «ciudadanos y ciudadanas» o «alumnos y alumnas». ¡Vaya un ejemplo! Personajes que viven (supuestamente) de la palabra y ni siquiera saben usarla con propiedad. ¡Hay que ser analfabeto! Pero da igual, ellos a lo suyo oiga, no vaya a ser que los tomemos por unos machistas del lenguaje y les cueste cuatro votos.

La misma línea seguimos con el grandioso invento de las autonomías. Carecemos de identidad nacional, llamamos fachas opresores a quienes afirman ser españoles. Necesitamos ganar un mundial de fútbol para ser "español, español, español" (¿cantaremos lo mismo cuando no ganemos...?). Consideramos un paria al que ondea la bandera española en lugar de las respectivas banderitas regionales (costumbre tan propia de nuestros adorados deportistas, a los que les reímos la gracia). Cualquier peinarratas miserable se mea por encima de España y campa a sus anchas sin más ideología que la de llenarse los bolsillos, embaucar a masas de mentecatos ignorantes y exacerbar el odio, todo ello amparándose en su seudodemocracia de conveniencia y en la permisividad de todos. ¿Quién coño va a respetarnos si no lo hacemos nosotros mismos?

Nos la suda el bien común. Somos egoístas por naturaleza. Si algo nos perjudica decimos que es injusto y solo es justo cuando nos beneficia. Somos incapaces de aceptar solidariamente una desventaja en aras del beneficio general. 

No queremos oir hablar de sacrificio, nos gusta ir a lo fácil. En lugar de invertir en conocimiento, industria, tecnología o educación, lo hacemos en burbujas inmobiliarias, turismo y servicios. Es mucho más sencillo darle paella y sangría a los turistas que desarrollar y fabricar un producto tecnológico, por ejemplo. Lo triste es que tenemos capacidad para ello, simplemente no nos interesa complicarnos. Así conseguimos un país de pandereta, atractivo para turistas borrachos que se tiran de los balcones y dejan sus vómitos en cada esquina.

En vez de crear nuestros propios recursos empresariales, esperamos que vengan firmas extranjeras que nos den trabajo. Así, cuando dejan de compensarles las indecentes ventajas que les brindamos por permanecer allí, se largan y dejan un reguero de trabajadores en desempleo. ¡Y encima nos quejamos! 

Y que no falten fútbol y toros, todo lo demás es prescindible. No habrá para comer, pero esos abonos se pagan por cojones. Porque los cristianos y messis de turno nos van a resolver la vida. Si los descerebrados que se pegan y matan por ellos volcaran ese ímpetu en cosas edificantes seríamos potencia mundial.

Resumiendo: tenemos exactamente lo que nos merecemos.

Mirad, no estoy diciendo que solo tengamos defectos. Tenemos muchas virtudes. Pero si queremos mejorar deberíamos reflexionar seriamente sobre lo que acabo de decir. Si uno no sabe ser autocrítico difícilmente evoluciona. Y no digo tampoco que Alemania sea ejemplar en todo (ya le daré lo suyo cuando toque). No se trata de ser como ellos, porque ni podemos ni debemos, pero sí nos convendría contagiarnos de ciertas cualidades.

Si hay unos valores que admiro profundamente de esta gente, esos son, sin duda alguna, su perseverancia, su capacidad de sacrificio, su cultura del esfuerzo y su respeto por todas las cosas. Es envidiable cómo los jóvenes respetan a los mayores y cómo se protege el entorno y el bien común. Se EDUCAN desde pequeñitos en que la vida es más que holgazanear y hacerse rico sin pegar golpe. Aprenden a salir adelante mediante el trabajo duro y no esperando golpes de suerte ni especulando. Se acostumbran a tener responsabilidades y ser independientes desde muy temprano. Crean valor añadido con lo que emprenden. Etc, etc, etc. 

Alemania perdió dos guerras mundiales en el siglo XX, quedando devastada y fracturada, y dos veces se levantó a base de esfuerzo para volver a ser la primera potencia induscutible en el continente. ¿Eso no nos dice nada?

En fin, ahora que tanto se empeñan algunos en copiar a Alemania en muchas cosas, he aquí algo que sí nos convendría importar. Mucho más que sus productos tecnológicos o sus modelos de reformas...

lunes, 1 de abril de 2013

Cuestiones climáticas

Cuando uno decide irse a vivir a ciertos lugares del mundo, hay una serie de "daños colaterales" con los que cuenta de antemano. En el caso de Alemania, uno de ellos es el tiempo, como todos sabemos. El mal tiempo para ser más exactos.


Obviamente, los rigores del clima eran más que esperables. Sin embargo, no por eso son menos insufribles. Frío, nieve, lluvia, hielo, niebla, granizo, viento, nieve... (ya sé que he puesto nieve dos veces, pero es que llevamos nieve de cojones). Todas las modalidades de agentes meteorológicos habidos y por haber fijan su residencia estable sobre suelo germano durante gran parte del año. Sirva como dato que esta temporada empezó a nevar en octubre. Acabamos de estrenar abril y todavía no ha parado.

Más de CINCO putos meses interminables son los que llevamos de invierno y aún no se perciben indicios de su final. Se dice pronto, pero es ¡casi medio año! Eso desmonta la moral del más pintado. Hasta el mismísimo santo Job terminaría tirándose por la ventana tras meses observando a través de ella el mismo panorama desolador.

Aparte del frío y los elementos, la escasez de sol y horas de luz resulta profundamente deprimente. No es extraño pasar varios meses sin ver apenas al amigo Lorenzo. De hecho, el primer tímido rayo de 2013 no fue detectado hasta marzo. Gran parte de culpa la tiene un curioso fenómeno que podría bautizarse como "permanube" o "permaniebla", según se mire. Consiste en una densa capa de nubes (o niebla alta) que permanece estacionaria en el cielo durante semanas, frustando cualquier intento del astro rey por traspasarla.

Ya digo que el fenómeno me resulta llamativo, porque no son ni nubes ni niebla, sino una especie de híbrido. He visto nubes normales circular por debajo de ello, pero también levantarse la niebla mientras eso seguía ahí arriba cubriéndolo todo. Es digno de estudio. 

Sea lo que sea, combinado con la elevada humedad, va castigando lentamente la salud de tu organismo. Parece que uno envejece diez años por cada año pasado aquí. No por casualidad tenemos España plagada de pensionistas alemanes torrándose como condenados...

Como decía al principio, los duros inviernos son algo que preveía. Sin embargo, casi resultan aún más frustrantes los veranos. En invierno ya te esperas mal tiempo, pero lo que sucede en verano ya es la puntilla para tu maltrecha moral. En la zona en que vivo llega a hacer bastante calor algunos días de verano, sobre todo por el bochorno que la humedad provoca. La consecuencia es que hace mal tiempo hasta cuando hace buen tiempo. Es decir, si hace malo, pues hace malo. Pero si hace bueno, hace peor. El calor y la humedad provocan brutales tormentas día sí y día también. Si una mañana amanece soleada, más vale aprovecharla, porque pocas horas después caerá una tromba bestial que impedirá cualquier actividad al aire libre. No es que haya visto en mi vida muchas grandes tormentas, pero las más fuertes las he vivido aquí. Vientos huracanados acompañados por rayos, centellas y, si se tercia, granizos como puños.

Con todo este panorama, se comprende porqué los alemanes salen despendolados hacia parques y jardines en cuanto asoma un rayo de sol, haga la temperatura que haga. No hay muchas ocasiones de verlo a lo largo del año, así que desperdiciar una de ellas es un serio despilfarro. Y ya sabemos lo poco amigos que son de los despilfarros...

Así pues, he tenido que modificar drásticamente mi conducta frente al mal tiempo. En España solía cancelar algunas salidas cuando el tiempo no acompañaba. Hacer lo mismo aquí sería sinónimo de encerrarse en casa la mayor parte del año. Por tanto, me he habituado a mentalizarme, a pertrecharme hasta los dientes y a plantar cara a los elementos. Yo que no daba crédito al ver a esta gente correr e ir en bici contra viento y marea, me aventuro ahora con hielo, nieve y lo que haga falta.

Si es que ya lo dicen aquí: no existe el mal tiempo, sólo la ropa inadecuada.