Al tomar el camino de la emigración, es normal experimentar una secuencia de sensaciones muy dispares con respecto al país de acogida. La percepción de las cosas varía considerablemente de un extremo a otro según te vas sumergiendo en el entorno. En ciertos momentos te gusta y crees que has tomado la mejor decisión. Otras veces, en cambio, detestas aquello y deseas largarte para perderlo de vista. Al menos así es como me ha ido pasando a mí, no sé si otras personas coincidirán conmigo. Esos extremos o altibajos que comento, se asemejan de alguna manera a los de una montaña rusa, de ahí que haya elegido esa especie de metáfora para el título de esta entrada.
Dejando de lado cambios puntuales sufridos según lo complicado que se presente el día, distinguiría, a grandes rasgos, tres etapas por las que he pasado desde que empezó esta aventura. Las dos primeras son (y deben ser) transitorias, como estaciones del camino que conduce a la tercera, esta firme y duradera. Os explicaré en qué consisten.
Ya he hablado otras veces de la imagen distorsionada que, en general, tenemos de ciertos lugares, así como de los complejos que padecemos en ese sentido. De ahí que la primera impresión se vea inevitablemente influida por eso. Llegué con la idea instalada de que todo era maravilloso, asombroso y un ejemplo a seguir. Admiraba aspectos de la cultura y sociedad alemana, que consideraba infinitamente adelantada a la nuestra. Sanidad, educación, servicios, infraestructuras, etc, etc. Casi todo se presupone superior a lo que tenemos nosotros. Así, la tendencia inicial es a valorar cualquier cosa que encuentras mejor que las de tu país. Puede decirse que esta primera fase se parece a los comienzos de una pareja, donde sólo se observan virtudes en quien tienes al lado. Es la novedad y estás entusiasmado con todo.
Sin embargo, luego llegan los roces, los problemas, las decepciones, los desengaños... Empiezas a conocer todo a fondo, ves que hay más defectos de los que creías al principio y éstos comienzan a imponerse a las virtudes que antes alababas. La interminable sucesión de bofetones que te va propinando la realidad hace que, transcurrido un tiempo, termines por pasarte completamente al otro extremo. Ahora te vuelves crítico hasta la médula, te ensañas con cada cosa que no te gusta poniéndola a caer de un burro y te rebelas contra un entorno que por momentos aborreces.
Es entonces cuando sale a relucir el orgullo patrio que llevas dentro. Empiezas a darte cuenta de que en tu país, del que tanto te quejabas, se hacen muchas cosas mucho mejor que allí. Y las que no se hacen podrían hacerse. "Tenemos tanta capacidad o más que ellos", piensas. Aprovechas la mínima ocasión para ponerlo de evidencia y demostrarlo ante cualquiera. Vamos, paseas tu bandera si hace falta, lleno de orgullo como nunca (y si encima se suceden los triunfos deportivos de los nuestros, ni te cuento. ¡Qué bien sienta callar ciertas bocas impertinentes y prepotentes!).
Lo que ocurre es que esa segunda fase es muy peligrosa. Por eso decía que debe ser transitoria. No creo que sea necesariamente malo pasar por ella, ya que es parte del aprendizaje, pero resultaría muy destructiva si uno se queda ahí estancado. Si no eres capaz de avanzar puedes convertirte en un marginal resentido. Ver cada día sólo la cara más desagradable del lugar te impedirá disfrutar de la cara agradable que, aunque a menudo se empeña en ocultarse, también existe.
Así, si consigues superar esa etapa, llegas finalmente a la última, donde por fin alcanzas cierto equilibrio. Ya conoces lo suficiente para saber qué es lo bueno y qué es lo malo. Y lo más importante: aprendes a disfrutar de lo bueno y a sobrellevar lo malo (si bien unas veces mejor que otras). Tienes una opinión formada que ahora está basada en hechos conocidos y no en prejuicios. En general, resulta más fácil valorar las cosas en su justa medida. Yo diría que es entonces cuando empiezas a estar adaptado.
Como digo, yo pasé por todas esas fases. En mi caso particular he de decir que la primera me duró muy muy poco. Los desengaños empezaron enseguida, nada más llegar. Quizá por eso permanecí en la segunda más tiempo del que sería deseable. Pero por suerte conseguí llegar a la última, en la que me encuentro. Imagino que si sigo aquí más años acabaré pasando aún por otras nuevas etapas. Incluso es probable que la perspectiva del tiempo cambie el modo en que veo las anteriormente descritas, pero así es como lo percibo ahora mismo, tras dos años de emigración.
Como digo, yo pasé por todas esas fases. En mi caso particular he de decir que la primera me duró muy muy poco. Los desengaños empezaron enseguida, nada más llegar. Quizá por eso permanecí en la segunda más tiempo del que sería deseable. Pero por suerte conseguí llegar a la última, en la que me encuentro. Imagino que si sigo aquí más años acabaré pasando aún por otras nuevas etapas. Incluso es probable que la perspectiva del tiempo cambie el modo en que veo las anteriormente descritas, pero así es como lo percibo ahora mismo, tras dos años de emigración.
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