jueves, 20 de junio de 2013

¿Para qué sirve Europa?

Desde que se creó este invento de la Unión Europea nos han vendido las ventajas que tiene para todos nosotros. Cuando empezamos a oír hablar de ello, allá por los 80, sonaba casi a ciencia ficción. ¡Pasar de un país a otro sin fronteras! Resultaba intrigante, enigmático y hasta exótico. Pero pronto nos acostumbramos. Más tarde llegó la moneda única, que parecía igual de extravagante. Del mismo modo, se fueron incorporando tratados, acuerdos, leyes y normativas diversas, que se supone deben facilitarnos la vida y simplificarnos las cosas. Pero tras todos estos años de conversiones, adaptaciones y cambios, uno sale de su país y se encuentra con una serie de obstáculos que le hacen preguntarse: ¿para qué sirve realmente este tinglado?


De entrada, una de las primeras cosas que se deben afrontar al llegar a otro país es abrir una cuenta bancaria. A pesar de la unidad monetaria y del mercado común, uno no puede seguir operando solo con su banco de antes.

Si te vas al extranjero de vacaciones, tu atención médica está cubierta con la tarjeta sanitaria europea, pero si trasladas tu residencia ya necesitas un nuevo seguro de salud. Los convenios existentes en cuanto a atención médica o pensiones no impiden que debas cambiar de seguridad social.

Naturalmente, llegará el inexorable momento de rendir cuentas a Hacienda, claro está. Por eso, necesitas también tu nuevo número de identificación fiscal. Los acuerdos transfronterizos en este sentido no te librarán de un jaleo morrocotudo cuando llegue la temida declaración. Haber residido en un año fiscal en dos países, las distintas normativas de cada uno o poseer bienes en el extranjero suelen complicar las cosas sobremanera.

En el plano académico y laboral también podemos toparnos con algunas trabas. Son conocidas las posibilidades que se ofrecen para la movilidad estudiantil, pero sin embargo esto choca con la disparidad de sistemas educativos. No siempre se reconocen por igual titulaciones obtenidas en países diferentes, lo que puede representar un agravio comparativo en determinadas situaciones.

Otro caso ya comentado es el tema del paro. Existen regulaciones comunitarias que nos permiten exportar prestaciones e ir a buscar trabajo en otro país. No obstante, es un derecho limitado, porque no puedes trasladarlo en su totalidad. Por otro lado, se reconocen cotizaciones realizadas en países ajenos, pero deben acreditarse mediante documentos expedidos por aquellos. Si hay administración común para unos trámites, ¿porqué no para otros?

Y como último ejemplo puedo citar lo que ocurre con el tránsito de vehículos, tema ciertamente sangrante del que volveré a hablar en unos días. Resulta que con tu coche puedes circular por toda Europa, tengas la matrícula que tengas, y basta con llevar la carta verde del seguro para cubrir cualquier eventualidad. Pero si te lo llevas al fijar tu residencia en el extranjero, ah, ahí ya no puedes mantener la matrícula original; tienes que cambiarla por una del país de destino, lo que normalmente implica también cambiar de seguro. O sea, una auténtica coña marinera que conlleva múltiples trastornos: alta en el extranjero, baja en tu país, inspección técnica y otros papeleos diversos. Y todo ello con sus tasas y costes correspondientes, ¡cómo no!

¡Ah! Y no olvidemos la guinda del pastel. Por si todo esto era poco, cuando decidas volverte a tu país debes deshacer punto por punto todo lo que has hecho a la ida. Si no querías caldo, toma dos tazas. Gastos y trastornos por duplicado. Si es que cuando se trata de sacarnos la pasta se lo montan de miedo...

Lo que está claro, a mi modo de ver, es que todos los ejemplos citados muestran una falta de coordinación administrativa —quizá deliberada—. Por eso, cuando yo me hago la pregunta de para qué sirve Europa, suelo llegar a la misma respuesta: a mí solo me sirve para no tener que cambiar mi dinero y para no parar en las aduanas. No voy a negar que son comodidades, pero me parece escaso botín para el alto precio que nos cuesta. Da la sensación de que la Unión Europea es solo una unión a medias. Y tal como están las cosas, ya veremos cuánto dura esto...

1 comentario:

  1. Un ejemplo más: la normativa bancaria SEPA. Algo que pretende crear una zona de pagos única y que, en teoría, debería permitir la domiciliación de recibos en cuentas de cualquier país integrante. ¡Otra gran patraña! La realidad es que los prestadores de servicios pueden seguir negándose a aceptar cuentas de otro país, y no hay ley que les obligue a ello. Los inconvenientes, como siempre, para el consumidor.

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